jueves, 29 de julio de 2010

La Noche del Oráculo - Paul Auster

























El cielo estaba del color del cemento: nubes oscuras, ambiente plomizo, llovizna arrastrada por grises ráfagas de viento. Siempre he tenido debilidad por esa clase de tiempo.

El mundo no es un sitio tan racional, y ordenado como creemos lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida; una vida de la que se nos puede privar en cualquier momento sin razón aparente.

No nos enamoramos de los cuerpos, nos enamoramos de lo que somos; y si en gran parte nuestra naturaleza se ve circunscrita a un ámbito de carne y hueso, también hay otra cosa. Eso lo sabemos todos, pero en cuanto nos apartamos de un catalogo de apariencias y cualidades superficiales, las palabras empiezan a fallar, a desmenuzarse en confusiones místicas y metáforas nebulosas, insustanciales. Algunos lo denominan la llama de la existencia. Otros, la chispa interior o la luz íntima de la personalidad. Y otros se refieren a la llama de la esencia. Los términos siempre evocan luz y calor, y esa fuerza ese principio vital que a veces llamamos alma, siempre se comunica al otro a través de la mirada. Seguro que los poetas acertaban al insistir en ese punto. El misterio del deseo empieza cuando se mira a los ojos al ser amado, porque únicamente ahí puede percibirse un destello de quien es esa persona.


Fragmentos de la Noche del Oráculo
Paul Auster

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